miércoles, 31 de julio de 2013

Casualidad

Quiero hoy compartir con Uds una experiencia curiosa, por llamarla de alguna manera, que me dejó pensando en esto que llamamos suerte, casualidad, azar. O quizá sólo se trate de la falta de respuesta de un individuo ante la sucesión de algunos hechos.
La historia comienza con mi concurrencia a una dependencia municipal. Mientras esperaba ser atendida, comencé a charlar con una señora muy amable que, a diferencia del resto de los empleados, no atendía a nadie, aun cuando esperaba poder atender a alguién atrás de un escritorio con una silla vacía en frente suyo. Cabe señalar que el cartel numeroso que asignaba los turnos, cambiaba continuamente y sorteaba diferentes números entre los demás puestos de atención al público. Pero a ella no le tocaba nunca.
Movida por la intriga me acerqué y le pregunté cuál era esa sección tan poco transitada por nosotros, los contribuyentes. Matrimonios, me dijo con una sonrisa. Acá vienen a pedir los turnos las parejas para casarse. ¡Qué lindo trabajo tiene usted!, Al menos no se vienen a quejar, le dije. Me contestó con una mueca dubitativa. Es que se casa poco la gente ahora, ¿no? Intenté nuevamente.
Y di en la tecla. Porque la amable señora comenzó una larga letanía en contra del matrimonio. O mejor dicho, una amarga crónica de su frustrado matrimonio. Que por supuesto, había concluido hace un par de años, gracias a Dios, decía ella. Porque su marido, su ex marido, y por extensión, todos los hombres del planeta, eran unos tremendos egoístas.
Qué se había llevado el hombre en cuestión los mejores años de su vida. Qué la había dejado sola con dos críos, por suerte ya grandecitos. Qué poco le habían importado a ese canalla los años de esfuerzos que ella le había brindado.
Que el matrimonio, en suma, era una basura. Pero ella, ¡ay! ella por suerte había aprendido. Y se había recuperado. Y si el mismo Dios bajara y le hiciera una propuesta para comenzar de vuelta, ella le diría que no. Porque a sus 53 años ya estaba tranquila. Con sus cosas, con los chicos grandes, con sus horarios y su dinero. Y como ya no tenía líbido, el tema de su célibe soltería recuperada a la fuerza estaba perfectamente solucionado.
Todo esto fue dicho de una sola vez. O de a párrafos pero tan bien hilvanados en un discurso casi proselitista que no daba lugar a la interrupción, ni al aplauso.
Entonces se iluminó mi número en la pantalla y me despedí con un gesto señalandole el box que me había tocado en suerte.
Pero pensaba en su suerte, aquella que la había destinado a ser la escribiente de un libro negro, de tapa dura y hojas gruesas, donde todavía hoy se anotan los turnos para contraer matrimonio. A mano y con letra cursiva, ella debía anotar las ilusiones de muchas parejas, sus proyectos, sus dudas quizá, sus ganas de cambiar y animarse a decirle a la sociedad que, a partir del día tal ellos serían un matrimonio.
Justamente ella, que sabía que iban a fracasar. Justamente ella tenía que ser la que todos los días recibiera la noticia de que la humanidad no había aprendido, que su experiencia no había sido suficiente.
Qué mala suerte tiene esa mujer, pensé! Qué casualidad que le haya tocado justo ese sector habiendo tantas cosas para hacer en la Municipalidad! Qué loco es el azar!

Pero luego pensé que también habría podido pedir un traslado. A la parte de patentes, quizá, si es que los autos todavía no la habían desencantado. Pero….y si no quisiera? Y si fuera su voluntad quedarse en ese lugar? Para poder de alguna forma advertir a los cautos creyentes o quizá, disfrutar de la felicidad que a ella le había sido negada.
Natalia Peroni

La necesaria autocompasión

Hoy les propongo que hablemos de la necesaria autocompasión. La Dra. Kristin Neff. Profesora asociada en Desarrollo Humano y Cultura de la Universidad de Texas, autora del libro “Autocompasión” dice que en la cultura competitiva en la cual vivimos nos dicen que todos debemos ser especiales y estar por arriba del promedio para sentirnos bien con nosotros mismos. Pero, contradictoriamente, no todos podemos estar por arriba del promedio al mismo tiempo. Siempre va a haber alguien más atractivo, más exitoso, más rico. Y si logramos destacarnos por un breve momento es imposible permanecer en esa cima eternamente. Entonces nuestra sensación de valía se bambolea y va subiendo y bajando de acuerdo a nuestro último éxito o nuestro reciente fracaso. Por suerte, la Dra. Neff dice que existe una saludable alternativa para la llamada auto-estima y que muchos psicólogos consideran una manera más efectiva de lograr la felicidad. Y es la Auto-compasión.
Pero ¿cómo define la define la Dra. Neff? Tener compasión por uno mismo no es muy diferente a tener compasión por otros. La autora dice: “Piensen en cómo se siente la compasión por otros.” Primero, uno debe darse cuenta de que esa persona está sufriendo. Segundo, uno debe sentirse conmovido por ese sufrimiento que tiene otro de manera tal que nuestro corazón responda a esa pena. La autora dice que la definición de compasión literalmente quiere decir “sufrir con otro”. Cuando esto ocurre, uno siente que le importa ese otro y siente ganas de ayudar a esa persona de alguna manera. Tener compasión también significa entender y ser bondadoso con el otro cuando falla o comete errores, en lugar de juzgarlo duramente. Finalmente, cuando se siente esa compasión por otro significa que uno se da cuenta de que sufrir, fallar y ser imperfecto es la parte que compartimos de la experiencia de ser humanos.
Entonces la Dra. Neff dice que la auto-compasión requiere actuar de esa misma forma en que actuamos con otros pero con nosotros mismos. En el momento en que fallamos, o cuando estamos pasando un mal momento o cuando descubrimos algo que no nos gusta. En lugar de ignorar el dolor o el sufrimiento y tratar de taparlo con una mentalidad pseudo optimista, hay que parar un minuto y reconocerse. Decirse a sí mismo “este es un momento difícil” entonces  en vez de criticarse y “darse con un palo”, como se dice habitualmente, hay que preguntarse , “¿cómo puedo cuidarme en este momento?”. Siendo bondadoso con uno mismo. Después de todo quién dijo que teníamos que ser perfectos.
La Dra. Neff dice que ser auto-compasivos con nosotros mismos es una manera de honrar y aceptar nuestra condición humana. Que por otra parte tiene como condición ser imperfecta, equivocarnos, cometer errores, que las cosas no siempre salgan como queremos.
Pero así como la Dra. Neff habla de qué es la auto compasión también nos aclara que no es. No es tenerse lástima. Las personas que tienen lástima de sí mismas no ven más que sus propios problemas y sienten que son los únicos que sufren en el mundo. Definitivamente eso no es auto compasión y eso no nos ayuda porque además de varias otras cosas, la lástima nos vuelve egocéntricos y nos desconecta del mundo y de las personas que nos rodean.
Nos propone una serie de ejercicios para ejercitar la auto-compasión. Comparto con ustedes algunos de ellos:
Consiste en hacerse a uno mismo una serie de preguntas con la siguiente consigna: “¿Cómo sería una típica reacción acerca de nosotros mismos?
Algunas de las preguntas son:
¿Cuáles son las cosas que uno juzga y critica de uno mismo? (¿nuestra apariencia, nuestra carrera, nuestras relaciones, nuestra familia?)
¿Qué lenguaje utilizamos con nosotros mismos cuando nos equivocamos? (¿nos insultamos o usamos un tono más de entendimiento?)
¿Cuáles son las consecuencias cuando somos muy duros con nosotros mismos? ¿Nos sentimos más motivados y felices o nos sentimos faltos de confianza y deprimidos?

Hasta acá algunas de las preguntas de la Dra. Neff.  Y ustedes queridos oyentes ¿cómo se tratan a sí mismos? ¿Mejor o peor que tratan a los otros? 
Vicky Detry

Día del amigo

Consciente de mi carencia de rigor científico para respaldar lo que voy a decirles, me animo a afirmar que el pasado 20 de julio la inmensa mayoría de los argentinos festejamos el Día del Amigo.
Sí, queridos oyentes, estoy segura de que aún aquellas personas que sostienen argumentos como que se trata de un invento comercial más, o que la verdadera amistad no necesita de una convención para ser celebrada, amanecieron ese día un poco más contentos que lo usual y se entusiasmaron con la idea de llamar, escribir, invitar o visitar a sus amigos. Como seguramente también se alegraron de recibir mensajes cariñosos y cálidos abrazos literales, virtuales o epistolares.
Lo que me importa reafirmar hoy ante ustedes es que en nuestro espacio de radio, aquí, en “De buenas a primeras” hay cabida para todos: para los protestones de siempre, para los anti-convencionalistas, para los celebradores compulsivos, para los apáticos y los atípicos; para los que se reunieron sin dudarlo y para los que dudaron si reunirse; para los que compraron un regalo y para los que lo dibujaron, lo pintaron, lo escribieron o lo cantaron. Para los que pudieron compartir el día con sus amigos y para los que lloraron alguna ausencia que les dolió más ese día.
Todos ustedes están definitivamente invitados a seguir compartiendo con nosotras esta amistad que nació un día del año pasado, cuando Vicky, Natalia y yo lanzamos al aire nuestra primera frase de bienvenida, dirigida a un público que desconocíamos pero ardíamos en deseos de conocer, y enseguida, repentina y gloriosamente, aparecieron todos ustedes, uno a uno, con sus palabras de afecto, de apoyo, de aliento; con su entusiasmo y su impresionante disposición a abrirnos su corazón.
Esta amistad con la que ustedes nos honran es lo que le da a nuestra tarea de comunicadoras su sentido más pleno. Como ya saben, desde el principio concebimos a “De buenas a primeras” como un espacio para compartir hechos positivos y palabras memorables. Y son ustedes quienes, a través de sus palabras, siempre positivas para nosotras, hacen de este programa un hecho profundamente memorable.
Por eso, aunque hoy no sea 20 de julio, quiero decirles, en nombre de Vicky, Natalia y mío, que estamos absolutamente felices de contar con su amistad. Una amistad que a nosotras nos nutre, nos enriquece intelectual y afectivamente y nos impulsa a seguir soñando con ampliar este espacio de encuentro; con conocer sus rostros y el sonido de sus voces; con la posibilidad siempre vigente de multiplicar las redes tendidas entre conductoras y oyentes para acortar cualquier distancia, alivianar las tristezas, potenciar las alegrías y –ojalá- ser portadoras de algún consuelo y toda la esperanza.

Sabemos que el sentimiento es recíproco porque ustedes tienen la generosidad de comunicárnoslo y ese cariño que nos brindan y que nosotras recibimos con gratitud inmensa, mantiene encendido y vibrante este vínculo del que estamos orgullosas.
Algunos de ustedes recordarán que hace tiempo les leí una poesía de Hamlet Lima Quintana que se llama “Gente necesaria”. Quizás les parezca extraño que, con todos los poemas que existen en el mundo sobre la amistad, yo vuelva a elegir este, pero lo hago porque confío en que la belleza nunca cansa y sobre todo porque expresa clarísimamente lo que ustedes nos inspiran.
Dice así:
 “Hay gente que con solo decir una palabra 
enciende la ilusión y los rosales;
 
que con solo sonreír entre los ojos
 
nos invita a viajar por otras zonas,
 
nos hace recorrer toda la magia.
 

Hay gente que con solo dar la mano
 
rompe la soledad, pone la mesa,
 
sirve el puchero, coloca las guirnaldas,
 
que con solo empuñar una guitarra
 
hace una sinfonía de entrecasa.
 

Hay gente que con solo abrir la boca
 
llega a todos los límites del alma,
 
alimenta una flor, inventa sueños,
 
hace cantar el vino en las tinajas
 
y se queda después, como si nada.
 

Y uno se va de novio con la vida
 
desterrando una muerte solitaria
 
pues sabe que a la vuelta de la esquina
 
hay gente que es así, tan necesaria.”

Queridos oyentes, permítanme recordarles que ustedes son, para nosotras, gente muy, pero muy necesaria.
Sigan haciéndonos llegar sus palabras; las que quieran; las que puedan; las que surjan. 
Clarina Pertine

jueves, 25 de julio de 2013

Hacer el ridículo

Hoy les propongo que hablemos sobre hacer el ridículo. Dice el diccionario Word reference: “Ridículo, adjetivo; que por su rareza o extravagancia produce risa; situación humillante que sufre una persona y provoca la risa y la burla de los demás.
La escritora Fátima Ramirez de la Universidad de Cadiz dice que lo ridículo cómico se define en el siglo XIX como un defecto que causa vergüenza y comenta que los preceptistas se detienen en explicar el objeto de lo ridículo en la comedia.
Vendría a ser algo así como que nos causan risa algunos defectos corporales, las aberraciones de la moda y del gusto. La autora dice que por medio del ridículo se hace una crítica a las costumbres de la sociedad. Pero pareciera que lo ridículo no escapa a los desvaríos que produce el tiempo y las épocas en los gustos, en los usos y las costumbres. Gómez Hermosilla, escritor español, dice “el poeta cómico, cuyo oficio es corregir a los hombres de sus faltas y ridiculeces, debe presentar en la escena las dominantes de su siglo y en su nación” y continúa “satirizar los vicios reinantes en su tiempo.” De otra forma no parecen ridículos.
Por otra parte el autor Mata y Araujo dice “La ridiculización es entendida como un arma útil para la comedia, capaz de corregir las costumbres” y advierte la necesidad de guardar el decoro. Pareciera que lo ridículo en su misma concepción se da de patadas con todo aquello que es considerado de buen gusto en una época determinada. Con apartarse de los cánones de las buenas costumbres, con lo habitual y común. Esto es lo que explica la literatura y la sociología.
En lo cotidiano yo agregaría que también tiene que ver con mostrar el error. Esto se traduce en acciones simples que nos producen vergüenza y donde uno siente miedo de hacer el ridículo: caerse en la calle, tener un papel pegado en las partes traseras sin darnos cuenta, que se nos vea un pedazo de lechuga entre los dientes, llegar a una fiesta disfrazado cuando la fiesta no era de disfraces.
Hay quienes sienten casi pavor de hacer el ridículo y obsesivamente estudian todos sus movimientos, sus acciones y su vestuario para no desentonar. Muchas veces uno restringe su vida en pos de no hacer el ridículo. Recuerdo una anécdota de mi padre en una situación en el sur en un campo al cual lo habían invitado y donde se practicaba el deporte de pesca con mosca. Era una tradición en ese lugar y todos los del campo tenían el equipo perfecto para realizarlo. Todos en tonos de verde oscuro y beige. Mi padre no practicaba ese deporte así que él se puso lo que tenía a mano y que le pareció que podía servir para realizarlo. Su vestuario se componía de un traje de baño corto de color turquesa, remera amarilla, chaleco de campera azul metalizado, botitas de neoprene para hacer windsurf en color negro y como si esto fuera poco, antiparras para esquiar en la nieve en color amarillo. Así salió y se presentó en el lago del sur ante un grupo que no paraba de reírse de su atuendo por demás estrafalario para realizar ese deporte tan tradicional. Pero, lo más importante es que él también se reía de sí mismo pero también se reía de los demás, de los que se reían de él. Su lema en la vida era no perderse de ningún programa, de ninguna experiencia y hacer el ridículo no era una razón suficientemente importante para evitar que él disfrutara de la vida a más no poder.

Entonces amigos oyentes ustedes qué opinan, ¿quién es más ridículo? ¿El que muestra el error o el que lo tapa? ¿El que hace el ridículo pero no se pierde nada o el que no hace nunca el ridículo pero se pierde de todo?
Vicky Detry

miércoles, 24 de julio de 2013

Placeres prohibidos

Hace unos días, en una reunión familiar con miembros de mi generación, la de mis hijos y la de mis padres, salió el tema de lo que cada uno disfruta especialmente; hablábamos sobre aquellas situaciones que nos generan un enorme placer y nos hacen experimentar algo muy parecido a la felicidad completa.
También quedó claro, en medio de esa charla tan divertida donde por momentos nos animábamos a hacer confesiones bastante audaces, que no todos los placeres pertenecían al ámbito de lo saludable o lo recomendable, por ejemplo, desde el punto de vista médico.
De hecho, uno de mis hermanos, que tiene 46 años y es onco-hematólogo, y que dejó de fumar hace unos años porque tuvo un pre-infarto, admitió abiertamente que hoy en día se fumaría un poste de teléfono, expresión que provocó las carcajadas de mis hijos y animó a mi hermano a dar algunos detalles.
Porque si bien ya bajó los 15 kilos que tenía de más y corre 10 kilómetros por día –y me consta que disfruta muchísimo de su nueva calidad de vida- cada vez que atraviesa un momento de ansiedad, quiere prender un pucho; pero lo mismo le sucede cuando está tranquilo en su casa, con un mate en la mano y mirando el atardecer, o justamente cuando termina de correr sus sanísimos 10 km diarios.
Es decir que uno puede abandonar algunos hábitos –y nadie discute que sea muy loable la valentía de decidirse a hacerlo- pero también es cierto que no siempre esos hábitos lo abandonan a uno.
Y entonces el aroma del cigarrillo, el humo en su ascenso espiralado y la sensación de plenitud que todos los ex fumadores de mi familia evocan haber sentido entre pitadas, permanecen obstinadamente en algún lugar recóndito entre su mente y su corazón y les hace sentir una dolorosa nostalgia de aquel hábito infame pero mágico.
Peor aún: mi madre nos espetó, sin el menor atisbo de culpa, que ella había fumado durante sus cuatro embarazos. Yo quedé completamente horrorizada y le cuestioné severamente su sentido de la responsabilidad, pero ella, enfáticamente apoyada por mi padre, sostuvo que en los años 60 todo el mundo fumaba y ni se hablaba del daño que podía causar el cigarrillo. Y concluyó, muy relajada y contenta, que nosotros cuatro –mis tres hermanos y yo- habíamos nacido y crecido espléndidamente bien, de todas maneras.
Vale aclarar que mi madre fumó desde los 14 años hasta que le diagnosticaron un enfisema pulmonar, y hoy está feliz de haber dejado el cigarrillo, pero en sus ojos parecía brillar un “quién me quita lo bailado” que, en rigor de verdad, en ningún momento expresó en voz alta y sin embargo creí vislumbrar.
Mi hermano menor, en cambio, que es una persona sumamente medida y prudente, sigue fumando 4 cigarrillos por día; ni uno más ni uno menos. Sabe que sería mejor dejarlos, pero como es deportista, va a trabajar en bicicleta, es un tipo de muy buena salud y tiene un 99% de hábitos saludables, no ve la necesidad de renunciar al placer de fumar sus 4 puchos diarios, que le encantan.
Nuestra charla incluyó placeres como los postres, que a algunos de nosotros nos enloquecen, a otros les provoca culpa por el exceso de calorías, y a otros los dejan indiferentes; una larga siesta los domingos de lluvia, que algunos tildaron de deprimente y otros de gloriosa; un suculento asado, siempre y cuando se puedan borrar de la memoria por un rato el colesterol y los triglicéridos.
Acá aparecieron entonces las rateadas del colegio, confesadas por mis hijos ante mis ojos abiertos cual platos; el haber aprendido, mis hermanos y yo, a manejar un auto sentados en la falda de nuestro padre, lo cual juro que considero una inconsciencia total, y muchas otras situaciones rayanas en lo ilícito, lo inconveniente o lo desaconsejable, que no obstante fueron, son y serán para muchos, fuentes de placeres varios, más allá de que el sentido común los haya llevado a tomar la impecable decisión de abandonarlos.

Y ustedes, queridos oyentes, ¿recuerdan con melancolía algún hábito que hayan abandonado? ¿Qué hacen cuando los invade la tentación de retomarlo? ¿Están dispuestos a hacer alguna confesión respecto de este tema?
Clarina Pertiné

martes, 23 de julio de 2013

¡Las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son!

¿Si yo les dijera ahora que dentro del reino animal, son considerados inofensivos el tigre, el león y la pantera y que, en cambio, la gallina, el ganso y el pato son altamente peligrosos, estarían de acuerdo conmigo?
Seguramente que no. Por más que intente imaginar una gallina hambrienta, un ganso acorralado o un pato enojado, estoy segura que podría defenderme sin mayores consecuencias de su ataque.
Pero si en vez de hablarles detrás de un micrófono yo, como persona, estuvieran escuchando lo que le dice una lombriz a sus hijos, seguramente estaríamos de acuerdo con ella en que la gallina es mucho más peligrosa que el más temible de los leones.
El hombre es la medida de todas las cosas, decía Protágoras, sofista griego. Y aunque muchos autores ofrecieron interpretaciones diversas para esta famosa frase, todas ellas giran alrededor del relativismo. No hay verdades absolutas, querría decir en última instancia el hábil retórico fuertemente criticado por Platón.
Pero hasta aquí la cuestión es relativamente sencilla. Estamos evaluando la peligrosidad de un potencial enemigo desde la visión o creencias de un ser humano y una lombriz. Es más que obvio que las mismas sean diferentes.
Pero veamos otro ejemplo. A dos personas que nunca hayan visto un elefante se les venda los ojos y se los invita a acercarse al animal. Uno lo agarra por una de sus patas y dice que es como un árbol, otro se acerca a la trompa y afirma que es como una serpiente. ¿Quién tendría razón?
Pero tampoco sería un ejemplo claro, ya que ambos estarían privados de la vista, uno de los sentidos por el cual acumulamos mayor información los seres humanos.
Si te dijera en cambio que dos amigos se están despidiendo en una estación. El que se queda le dice al que se aleja: "Te estás alejando con el tren". A lo que el viajero responde: "No es cierto, eres tú el que se aleja con el andén. Yo estoy quieto aquí en el vagón del tren". Los dos están en lo cierto, tienen fundamento en sus afirmaciones. Seguramente tampoco es un ejemplo válido porque difieren las circunstancias espaciales de ambos amigos.
Por último, te propongo pensar en dos personas (una optimista y otra pesimista) que se encuentran frente a una botella cuyo contenido está justo a la mitad de su capacidad. ¿Dirán que está medio llena o medio vacía? El optimista dirá que está medio llena y el pesimista dirá que está medio vacía.
Las cosas pueden ser percibidas, interpretadas y sistematizadas, dependiendo de las circunstancias. La pregunta que se abre es si hay posibilidades de encontrar acuerdos. No ya sobre la peligrosidad de la gallina o la fisonomía del elefante, sino en la enorme implicancia que deviene de pensar desde un relativismo radical.
Si todo depende de cada quien, si todo es relativo al juicio de cada uno, es difícil que podamos consensuar acerca de lo verdadero. O encontrar puntos de consenso sobre lo que está bien o mal.

Y si de todos modos rechazamos algunas verdades, pensemos que el hecho de que el hombre sea la medida de todas las cosas… no vale para todos los hombres.
Natalia Peroni

Irse pero seguir estando

Hoy les propongo que hablemos de irse pero seguir estando. Muchas veces uno se pregunta qué es de las personas que se van del país, de qué manera viven. Sobretodos aquellos que se mudan a vivir a países más desarrollados, con otras condiciones económicas. Uno tiende a pensar que vienen de visita, traen regalos para la parentela y se vuelven a seguir disfrutando de, por ejemplo, vivir sin inflación!!Pero ¿Les pesa o no les pesa lo que pasa en Argentina?
Esta semana me enteré de que existe una Fundación que se llama Sumando Manos. La misma fue fundada en el 2005 por diez amigos argentinos que viven en  Miami. Es la fundación del exterior que más ayuda en argentina en forma exclusiva, destina el 100% de sus fondos a proyectos en Argentina. Ninguno de sus miembros cobra salario, a pesar de que a veces le dedican entre 5 y 10 horas semanales a la fundación. Uno de sus miembros gano un premio de la fundacion Help Argentina en el 2009 por su labor solidaria.
El gran porcentaje del dinero que recaudan provee de donantes en Miami que creen en su causa y los siguen desinteresadamente. Su objetivo es  dar una mano a cientos de niños que la necesitan y extender la otra a todo aquel que desee ayudar. Ellos dicen en su introducción: “tenemos el objetivo común, de seguir llegando a las diferentes provincias para contribuir con sus comunidades, y ayudar a sus niños y familias con los siguientes aspectos: educación, alimentación, higiene, salud, vestimenta, recreación, infraestructura; y por sobre todo, AFECTO.”  Y continúan diciendo: “Como dijo Maya Angelou (poetisa estadounidense): "Se podrán olvidar de lo que dijiste y se podrán olvidar de lo que hiciste, pero nunca se van a olvidar de lo que les hiciste sentir". Y de esto se trata nuestra misión, de hacerle sentir a los chicos que son importantes y tienen una oportunidad.”
Tienen programas de ayuda en Miami como por ejemplo “Cene en los mejores restaurantes argentinos y ayude a un niño” o arman torneos de Papi fútbol o de truco para recaudar fondos. Al día de hoy están ayudando a más de 5.100 niños y sus comunidades en 14 provincias diferentes, dando apoyo a casi 60 escuelas, comedores y hogares infantiles, localizados en zonas precarias de nuestro país.
En el sitio web de Sumando Manos hay una carta que llamo mi atención. Está escrita por Celi y Dani, dos argentinos que viven hace 7 años en Miami y que ayudan a la fundación. Les leo una parte de la misma: “Comenzamos con algunas ideas para este año, consultadas con el director del hogar. Una de ellas es enviarle un desayuno sorpresa y una torta a cada niño el día de su cumpleaños. No siempre las tortas son iguales ya que la idea es que el niño que cumple años pida la torta que más le guste. Entendimos que, con este gesto, podíamos hacer al mismo tiempo, la ayuda en dinero para la compra de la torta y llevar su nombre (tan simple como eso, que la torta llevara su nombre!!) había alguien que pensaba en él.” Y continúan diciendo  “Es importante que se sientan queridos, que alguien piensa en ellos y despertar en ellos la autovaloración, que no son dignos de lástima, son dignos de nuestro aprecio y respeto. El mismo día del cumpleaños lo llamamos para ver si llegaron las cosas y como pasó su día. Nada diferente a lo que queremos para nosotros mismos. También, de esta forma, para todo el que quiera ayudar, esto demuestra que la ayuda no es solo en dinero, el compromiso puede estar en cualquier gesto que a uno le sea grato hacer y que genere un compromiso mutuo. Lo que también es importante que vean es lo maravilloso que es ayudar y que esta ayuda les haga sonreír, y así, fomentar la solidaridad para que ellos también puedan dar cuando tengan la oportunidad.” Y Celi y Dani terminan diciendo
 “Probablemente alguno de estos niños puede sentir que no tiene futuro, cuando en realidad, tiene una vida por delante.” 

Oyentes queridos, hasta acá argentinos que se fueron pero siguen estando. Y ustedes ¿suman sus manos?
Vicky Detry

Ideas útiles para prevenir y enfrentar la inseguridad

Hoy quiero recomendarles un libro que nos regaló, a Natalia, a Vicky y a mí, Marcelo Cayún, uno de nuestros locutores de Milenium. Así que empiezo por agradecerle a Marcelo y a ustedes, queridos oyentes, les cuento un poco acerca de este libro.
Tiene un título largo, que es: “¡Atención! Ideas útiles y consejos prácticos para prevenir y enfrentar la inseguridad”, la editorial es Emecé y su tapa luce un color amarillo intenso que representa justamente el estado de alerta al que nos remite la luz amarilla del semáforo. Su autora es Paola Spatola.
Paola es abogada, especialista en temas de seguridad. Preside el Centro de Estudios para la Convergencia Ciudadana, que publica anualmente el Índice de Temor Ciudadano y tiene como objetivo la reformulación de políticas públicas en materia de seguridad y narcotráfico mediante la cooperación entre las autoridades y la población. Ocupó diversos cargos públicos y es autora de varias leyes vinculadas a la lucha contra la delincuencia y el narcotráfico.
El libro me gustó, en primer lugar, por su claridad en el lenguaje y en el modo de abordar los temas que trata. Está concebido y diseñado como un manual, que contiene, en cada capítulo, una parte expositiva, luego una lista con consejos prácticos para tener en cuenta, y finalmente una encuesta para que el lector pueda chequear si está preparado para enfrentar con éxito el desafío que la autora plantea en el contexto de la seguridad.
Otro aspecto que me resultó muy ponderable es que Paola Spatola encara la cuestión de la seguridad de una manera amplia y abarcativa. Por ejemplo, habla de la seguridad cuando estamos en la vía pública, en el transporte público, en un automóvil, en el banco.
También trata el tema de los hijos, especialmente lo relacionado con el bullying o acoso escolar; el alcohol, las drogas, las pandillas, las redes sociales y otros escenarios en los que existe un peligro para los adolescentes, y describe estas situaciones con un criterio sensato, sin juicios de valor, orientado esencialmente a que los adultos podamos no solamente proteger a nuestros hijos sino también brindarles herramientas para ayudarlos a incrementar su conciencia acerca de la realidad que transitan, con vistas a que vayan generando respuestas cada vez más maduras y autónomas.
Qué pasa en nuestras casas; cómo evitar un secuestro virtual, qué recomendaciones darles a los niños y a los ancianos que viven con nosotros; qué hacer cuando nos vamos de vacaciones o en las fiestas de fin de año, son algunos otros temas que Paola Spatola desarrolla en este libro, con un estilo sencillo, ameno y dirigido hacia la prevención, que es uno de los motivos por los cuales lo recomiendo hoy en “De buenas a primeras”.
Como ustedes saben, en nuestro espacio les damos cabida con especial convicción a todas aquellas perspectivas que nos aportan un dato positivo, creativo o constructivo en el análisis de cualquier cuestión sobre la que reflexionemos. Este abordaje se vuelve particularmente valorable cuando el tema incluye nuestros miedos, como sucede con la inseguridad.
Para finalizar, les comento que Paola Spatola comparte con los lectores algunas citas muy iluminadoras de autores a los que vale la pena prestar atención.
En la página 79, Franklin Delano Roosevelt nos recuerda que “lo único a lo que debemos temerle es al miedo mismo –al terror sin nombre, irracional, injustificado que paraliza los esfuerzos necesarios para convertir la retirada en un avance”.

Queridos oyentes, les recomiendo entonces nuevamente este libro de Paola Spatola, que, como les dije al principio y ahora repito por si no pudieron anotar, se titula: “¡Atención! Ideas útiles y consejos prácticos para prevenir y enfrentar la inseguridad”.
Clarina Pertiné

jueves, 18 de julio de 2013

La no-violencia

Hoy les propongo reflexionar acerca de la no-violencia que veremos hacia el final del micro que no es la negación de la violencia.
Podríamos pensar  la no-violencia es tanto el punto de partida y de llegada de la actividad filosófica. La violencia es la posibilidad humana irreductible al discurso; es su amenaza constante. La violencia es la interrupción del discurso por la fuerza bruta, por el uso del silencio o por el lenguaje no coherente. Por eso, la a filosofía es una disciplina temida, porque ella enseña a la gente a pensar, reflexionar y discernir.
Para Camus, el problema fundamental de la filosofía o la pregunta filosófica por excelencia era si el hombre debía o no suicidarse. Era una pregunta que indagaba sobre la existencia de los seres humanos. Podríamos extrapolar esta pregunta no ya hacia uno mismo si no hacia los demás diciendo ¿hay o no hay que matar?. Pensar que si hay algo que justifique suprimir la vida de otro ser humano  podría será la pregunta fundamental de la filosofía.
Pero quizá no todos los días nos veamos en la disyuntiva de matar o no matar.  Aunque es probable que sí debamos discernir sobre el uso de la violencia en nuestro diario vivir. Veamos como aborda el tema de la no-violencia Jean-Marie Muller, filósofo y escritor francés contemporáneo.
Dice el autor “Nos encontramos continuamente en situaciones de conflictos potenciales. Mi primera relación con respecto al otro es frecuentemente una situación de enfrentamiento, de confrontación, de oposición y, por lo tanto, de conflicto. Mi encuentro con el otro, a quien no conozco, con un extranjero, es en primer lugar un encuentro incierto, imprevisible, difícil. Tengo miedo que quien se acerca a mí venga, en cierta medida, a apropiarse del espacio vital del que yo, en su momento, me he apropiado. El otro es, frecuentemente, aquel cuyos derechos vienen a usurpar mis propios derechos, cuyos deseos vienen a contrariar los míos, cuya libertad arriesga amenazar mi libertad. En pocas palabras, frecuentemente, percibo al otro como un adversario cuya existencia constituye una amenaza para mi existencia. Y surgen los conflictos.
La violencia no ofrece ninguna solución al conflicto. La violencia aparece no como un arreglo del conflicto sino como un desarreglo del mismo. Pero hay que desacreditar la violencia y rehabilitar el conflicto. Existe una confusión inicial que es necesario aclarar: la no-violencia no presupone un mundo sin conflictos, no propone huir de los conflictos. La no-violencia no tiene sus raíces en el sueño de un mundo donde todos serían bellos, donde todos serían amables, donde todos serían buenos. Ella tiene sus raíces, al contrario, en la toma de conciencia de nuestra realidad del mundo que es no solamente un mundo de conflictos, sino un mundo de violencias.
Debemos aceptar los conflictos, puesto que el conflicto tiene una función positiva y constructiva. El conflicto puede ser un medio para crear con el otro una relación de justicia y de respeto mutuo, de confianza recíproca y aún de benevolencia recíproca.  Debemos, por lo tanto, vivir el conflicto, transformarlo de tal manera que podamos construir una relación de justicia con los otros.
La violencia sólo interviene en un conflicto a partir del momento en que uno de los protagonistas hace pesar sobre el otro una amenaza de exclusión, de eliminación, en últimas una amenaza de muerte. El conflicto ya no tiene por función el establecimiento con el otro de relaciones de justicia, tiene, en adelante, la finalidad de dominar al otro, de hacerlo a un lado, de callarlo y posiblemente de matarlo. El objetivo último de la violencia es siempre la muerte, aún si, como sucede frecuentemente, el proceso de dar muerte no llega a su término.
Es esencial dar una definición de la violencia de manera que no se pueda decir que puede existir una violencia buena. A partir de esta mirada sobre la violencia, somos conducidos a rechazar cualquier justificación de la misma. La violencia no puede justificarse nunca porque ella jamás es justa.
Decir no a la violencia no es negar la violencia. Se trata de asumir toda la medida de la violencia, de evaluar en toda su dimensión su peso en nuestra propia existencia y en nuestra historia colectiva. Decir no a la violencia optando por la no-violencia es decir no a todas las justificaciones y a todas las legitimaciones que hacen de la violencia un derecho del hombre. Lo que caracteriza la cultura de la violencia no es tanto ella misma como su justificación. En otros términos, justificar la violencia es cultivarla y cultivarla es recolectar sus frutos envenenados.”
Adhiero completamente con la posición de Muller. Y Uds. qué piensan? 
Natalia Peroni

miércoles, 17 de julio de 2013

Niños que ayudan a niños

Hoy les propongo que hablemos sobre los niños que ayudan a otros niños. En el término de dos semanas tuve 2 experiencias que me hicieron pensar mucho en este tema. Primero me junté con los Fundadores de la ONG La Chata Solidaria y ellos me contaron que estaban por emprender un viaje de ayuda al Impenetrable chaqueño y que llevaban a sus hijos para que ayudaran. Uno de ellos es una niña que tiene 9 años y que comenzó a contarme cómo les iba a enseñar a las niñas del Chaco a hacer pulseras para tener una actividad que les sirva por un lado para entretenerse y para tener algo para hacer después de terminar el colegio.  Yo que había llevado una caja con materiales para donar me sentí muy poca cosa al lado de esta pequeña que me contaba que ya había ido en otra oportunidad al Impenetrable. Que las chicas de allá eran muy tímidas y que se juntaban en grupitos, etc, etc. Todo un estudio sociológico y de comportamiento digno del mejor analista.
En la misma semana me junté con mi prima y me contó que había ido a ayudar a la ONG Techo para mi país. Fue con su marido y sus dos hijos mayores, Wences y Timo,  los cuales tienen 11 y 8 años. Vi fotos en facebook de la experiencia y vi las caras de felicidad de Wences y Timo, dos niños comunes que dejaron sus juegos y su vida cotidiana y también donaron su tiempo, su energía y sus sonrisas para ir a ayudar a otros niños. Para que esos otros niños esa noche tuvieran una casa.  Ella me contaba lo maravilloso que había sido para todos como familia ir a ayudar a otros.  
Acto seguido fui a googlear “niños que ayudan” a ver qué salía y encontré:  desde un programa que tiene Unicef donde 100.000 niños finlandeses ayudan a otros hasta una ONG que se llama justamente “Niños que ayudan a niños.” Dice su fundadora Mariló, en su carta fundacional:

“Un atardecer de esos que solo se pueden ver en África deseé con todas mis fuerzas que mi hija pudiera estar conmigo para crecer, y para alimentar su YO más bondadoso. Su inmensa capacidad de sentir compasión por los demás y especialmente por los niños que no han tenido tanta suerte como ella y que buscan a alguien que les quiera y les alimente.” Y continúa diciendo  “En ese momento sentí lo mucho que podría transformar su vida si ella pudiera ayudar a estos niños, si los niños pudieran ayudar a otros niños. Porque el futuro de la humanidad no son los niños, los niños son el presente.”

Esta es una ONG que fue creada con la intención de dar conciencia a los niños del llamado primero mundo de que no todos tienen su misma suerte. Muchos de nuestros niños no tienen idea de que existen otros que no tienen nada.

Mariló continúa diciendo  “Los niños son por naturaleza generosos y buenos. Desde el mismo momento que a un niño se le da la posibilidad de ayudar a otro niño, su corazón se hace más grande y su ilusión por compartir, le hace sentirse inmediatamente una persona mejor.” Y termina diciendo “Finalmente, el rescatador es el rescatado.”


Y ustedes qué opinan queridos oyentes ¿crecer ayudando ayuda? 
Vicky Detry

Rituales que nos restauran

Hace un tiempo compartí con ustedes algo que había escrito sobre aquellas personas que, por diversos motivos, constituyen descansos en el camino de nuestra vida.
En aquella oportunidad yo me refería, aunque no de manera explícita, a la gente con la que trabajo; a ese grupo de mujeres y hombres con los que comparto diariamente el desafío de pensar e implementar acciones capaces de mejorar la calidad de vida de poblaciones que están en situación de vulnerabilidad social.
Les dediqué palabras de elogio, de cariño y valoración porque quiero a cada una de esas personas; las admiro y me siento privilegiada por tenerlas cerca y contar con la posibilidad de aprender cada día algo nuevo gracias a ellas.
Hoy pensaba que, además de las personas cuya existencia nos nutre y nos plenifica, también existen ciertos rituales cotidianos que funcionan como antídoto contra el malhumor, o como bálsamo sobre una herida, o como detonante de cierta carcajada contenida o de algunas lágrimas aprisionadas entre la garganta y los ojos, ¿no es cierto?
Son rituales que nos liberan, nos calman, nos ayudan a desahogarnos, restauran nuestro equilibro emocional, nos arrancan una sonrisa de placer o un suspiro de alivio; nos conectan con nuestro corazón y al soplar sobre la capa gris de nuestros desencantos, desempolvan los huesos relucientes del alma; esa arquitectura magnífica destinada a brillar y que a veces, sin querer, dejamos relegada al descuido.
Para mí esos rituales tienen una magia que la rutina, lejos de apagar, enciende cada vez que los repito.
El baño de inmersión, por ejemplo. Ese tiempo sagrado y breve en que cierro los ojos en medio de un vapor brumoso y descanso el cuerpo y la mente más que con el sueño nocturno.
Mientras floto en la bañera proceso las emociones del día y observo maravillada cómo en mi psiquis se van resolviendo solos los problemas que me preocupaban hasta el minuto antes de hundirme en el agua. Un agua que lava mis tristezas, enjuaga mis angustias, centrifuga mis temores y los empuja después hacia la fuerza despiadada del diminuto remolino que nace cuando saco el tapón y comienza el final de ese rato glorioso.
O comprarme un chocolate en un quiosco a cualquier hora del día, aunque el momento por excelencia es para mí después de almorzar. Soy capaz de caminar muchísimas cuadras para encontrar el chocolate que me reclama cada día. A veces se me impone como imperioso que tenga dulce de leche; en otras ocasiones siento que la vida perderá su sentido si no como un chocolate con almendras y entonces busco el que quiero con la perseverancia de un arqueólogo. Cabe aclarar que me gusta el chocolate extremadamente dulce y denso, así que suelo desdeñar un poco tanto al amargo como al aireado. Y cuando lo encuentro… entonces sí, poderosa después de haber prácticamente engullido el chocolate, puedo enfrentarme a cualquier desafío que se me cruce en lo que resta del día.
También me siento extraordinariamente feliz al leer un buen libro en mi cama; o al atardecer de todos los viernes del año, porque llueva o truene, considero al viernes como un día amable y generoso, al que imagino como un juglar bonachón y risueño que llega pregonando las delicias del descanso que se avecina.
Pero bueno, queridos oyentes, ya basta de hablar de mí. He confesado ante ustedes algunos rituales y momentos que no cambiaría por nada. Les mencioné el baño de inmersión, el chocolate, los libros y los viernes a la tarde. Suficiente por hoy.
Ahora es el turno de ustedes. Nada me gustaría más que saber cuáles son esas instancias irrenunciables, esos momentos donde las piezas del rompecabezas que es a veces nuestra vida, se empiezan a acomodar casi sin que nos demos cuenta, como por arte de magia, o quizás en virtud del enorme bien que nos hacen.
Clarina Pertiné

lunes, 15 de julio de 2013

Cuando uno "cumpleaños", ¿cumple un año más o un año menos?

Si hoy es tu cumpleaños, no es nuestra intención amargártelo. Ni ponernos melancólicos pensando en ninguna otra cosa que no sea la posibilidad de tener, una vez en el año, un día especial.
Pero si no es tu cumpleaños, te proponemos pensar en el curso de la vida. Que transcurre, pasa y la medimos en años, porque es convencional medir el tiempo de esa forma.
Eduardo Galeano tiene una poesía sobre la evolución del ser humano a través del tiempo que dice así:
“Hace unos cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, una estrella enana escupió un planeta, que actualmente responde al nombre de Tierra.
Hace unos cuatro mil doscientos millones de años, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quien convidar el trago.
Hace unos cuatro millones y pico de años, la mujer y el hombre, casi monos todavía, se alzaron sobre sus patas y se abrazaron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.
Hace unos cuatrocientos cincuenta mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudó a pelear contra el miedo y el frío.
Hace unos trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras, y creyeron que podían entenderse.”
Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras.”
Pero si hablamos de nuestras vidas particulares, las de ustedes, la nuestra, con suerte podemos pensar en poco menos de cien años. O mucho menos, ya que investigando en Internet aprendí que la esperanza de vida difiere mucho según la zona de la cual estemos hablando. “Aunque la media mundial es de 69,64 años (en 2010), existen diferencias abismales entre las distintas zonas del planeta. En Europa y América del Norte la media es de 73 años, en Oceanía es de 71 años, en Latinoamérica es de 70 años, en Asia es de 61 años y en África es de 55 años.”[1]
La vida de una persona, que no supera generalmente las dos cifras, no es nada comparada con los más de cuatro millones de años desde que el ser humano se paró sobre sus dos piernas y miró el mundo. Pero estoy segura que, a su manera, en su lenguaje, aún entonces supo aquello que lo diferenciaba del resto. Sabía que iba a morir.
Y paso el tiempo. Y el tiempo nos pasa. Y vivimos con esa certeza pero la mayoría de las veces, no la pensamos. Y hacemos proyectos a futuro, ahorramos, prevenimos, nos protegemos.
Pero si pensas que en vez de un año más, el día de tu cumpleaños celebras un año menos, quizá podes vivir el resto de tu vida de forma diferente. Disfrutándola a pleno, pasando por alto aquello que no es tan importante como a primera vista parece serlo. Mirando a tu alrededor para descubrir  que la maravilla de la vida te regala un momento de felicidad incomparable, porque sabes que no sos eterno y hoy, que es tu cumpleaños, estas un año más cerca de no poder disfrutarla.
Por eso, aún a sabiendas de que es un año menos y no un año más, celebras tu cumpleaños y como nunca, deseas a los otros felicidad. Pero sobre todo, te empeñas en buscarla para vos mismo.
Natalia Peroni

miércoles, 10 de julio de 2013

El perdón imposible

Hoy les propongo reflexionar juntos sobre el tema del perdón, del que ya hemos hablado en este espacio, de la mano de un filósofo francés Jacques Derridá en el texto de su autoría El siglo y el perdón.
Derridá, como muchos otros pensadores, abre preguntas. ¿Qué se perdona? El perdón ¿debe tener un sentido? ¿Se puede perdonar a quien no ha pedido perdón? Si existe el perdón, entonces ¿existe lo imperdonable? Si sólo se estuviera dispuesto a perdonar lo que parece perdonable, el “pecado venial”, entonces la idea del perdón se desvanece. Si hay algo a perdonar sería lo que llamamos el “pecado mortal”, lo peor, el crimen o el daño imperdonable. Aparece una aporía: el perdón perdona sólo lo imperdonable. Si hay perdón, sólo existe ahí donde encuentro lo imperdonable. O sea, que perdón es lo imposible mismo, dice Derridá.
Y  plantea que el lenguaje del perdón, cualquiera sea su finalidad, nunca es puro ni desinteresado. Siempre se relaciona con el campo de lo político. El perdón al servicio de una finalidad, aunque sea noble y espiritual, o que tienda a restablecer una normalidad (social, nacional, política, psicológica) mediante un trabajo de duelo, mediante alguna terapia o ecología de la memoria, ese “perdón” no es puro ni lo es su concepto.
Señala Derrida: “El perdón no es, no debería ser, ni normal, ni normativo ni normalizante. Debería permanecer excepcional y extraordinario, sometido a la prueba de lo imposible: como si interrumpiese el curso ordinario de la temporalidad histórica.”
En estos últimos siglos, dice el filósofo, crímenes imperdonables, monstruosos fueron cometidos y se hicieron visibles, conocidos, recordados, nombrados, archivados por una “conciencia universal”. Esos crímenes, crueles y masivos, parecen escapar de la medida de toda justicia humana. Como consecuencia de ello en 1964 se sancionó en Francia la Ley de Imprescriptibilidad de los crímenes contra la humanidad. Esto abrió todo un debate, ya que, el concepto jurídico de lo imprescriptible no equivale al concepto no jurídico de lo imperdonable.
A raíz de esta ley, un filósofo de origen ruso Viktor Jankelevitch que participó como Derrida en la resistencia francesa al gobierno de Vichy, publica una obra denominada “Lo imprescriptible”. Allí insiste que en el caso de la Shoá, menos aún se puede hablar de perdonar cuando los criminales no han pedido perdón, ni han reconocido su culpa, ni han manifestado arrepentimiento.
En la singularidad de la Shoá, que alcanza las dimensiones de lo inexpiable no habría (según Jankélévitch) perdón posible, ni siquiera perdón que tuviera o produjera sentido.
Derrida considera que el perdón debe tener un sentido que se determine: como la salvación, la reconciliación, la redención, la expiación, o incluso, el sacrificio. Para Jankélévitch, en la medida que no puedo punir al criminal con una “punición proporcional a su crimen” y que, por lo tanto, el castigo deviene indiferente, uno se encuentra con lo inexpiable, lo irreparable.
Chirac, al referirse al crimen contra los judíos durante el régimen de Vichy, dijo: “Francia, ese día, consumaba lo irreparable”.

Sigue doliendo pensar en hombres, ejércitos, naciones que luchan contra la humanidad misma. Sigue vigente el debate sobre si es posible perdonar semejante barbarie.
Natalia Peroni

martes, 9 de julio de 2013

Final de fiesta

¿Ustedes, estimados oyentes, tuvieron hace poco una fiesta en su casa?. No les hablo de una comida con un par de amigos,  el asado del domingo o un té con amigas. Les pregunto por una fiesta que haya implicado corrida de muebles, alquiler de vajilla o noches de insomnio planeando el ágape que dejaría el bolsillo resentido y unas enormes ansias por recuperar la vida normal.
Unas tres o cuatro semanas antes comienzan los preparativos. Planear el menú, averiguar precios, decidir si cocinamos nosotros o contratamos un servicio. La música, ¿estará a cargo de algún melómano con alma de disc jockey o un profesional?  Nuestra morada,¿resistirá el embate de un malón hambriento que husmeará hasta los rincones más íntimos en busca de unos pocos centímetros donde apoyar una copa?
Las vísperas del evento, que viene durando unos cuantos días más de los que hubiéramos creído, nos arroja en la fecha programada con  los nervios de punta. Pero ese día amanece, que no es poco, y los dioses de la lluvia que amenazaban despertarse, parecen dormidos. Un cielo claro despeja el miedo de tormentas, granizo y nieve porque hasta el día anterior no parecía exagerado pensar que la ley de Murphy haría que tibios copos de agua nieve cayeran sobre Buenos Aires.
 En el desayuno nos ilusionamos con un día tranquilo. Ya todo está preparado, la heladera repleta, la música elegida, las flores, los postres. Pero quedan cosas de último momento, se sabe que la antelación no es amiga de los eventos.
Los pendientes incluyen el pan, el hielo, la peluquería, correr algunos muebles que hubieran hecho nuestra vida imposible hasta el día anterior, planchado de camisas y detalles nimios. Esos que nadie va a notar pero que podrían marcar una diferencia.
La hora señalada anos encuentra agotadas y algo peleadas con el resto de los anfitrones pero con el ánimo intacto y ganas de divertirnos. Llegan los invitados, algunos no los vemos hace algunos meses, incluso años, pero no hay tiempo para ponerse al día. Suena el timbre y más abrazos, más regalos, más sorpresas.
La fiesta, finalmente, resulta un éxito rotundo, la comida alcanza y uno se ríe de la fantasía de la noche anterior en la cual  4 o 5 personas se batían a duelo por un canapé. La bebida enciende los ánimos y se multiplican las promesas de reencuentro con amigos y familiares quizá injustamente dejados de lado. Sin duda, lo mejor de la fiesta es esa excusa que tuvimos para el reencuentro, para comprobar que a pesar del tiempo el cariño con las personas queridas sigue intacto.
La madrugada se lleva los últimos invitados y el cansancio no nos permite evaluar los daños. Mañana será otro día es casi lo último que pensamos antes del merecido descanso.
Y un poco más de 24 horas después del desayuno con el pronóstico sin lluvia, amanece una casa extraña. Una casa sin el olor que le es habitual, con los muebles arrinconados, las persianas bajas a pesar de que casi es mediodía. Una casa que nos invita a salir corriendo y pedir ayuda. Pero los dioses de la lluvia se llevaron a su descanso el resto del Olimpo y estamos solos ante el desastre.
Cada cenicero que vaciamos, cada copa que llevamos a lavar, cada plato con resto de torta que tiramos, cada globo desinflado que levantamos del piso y algún que otro corcho rescatado debajo del sillón nos recuerda el dolor de cabeza que confirma que a noches alegres, mañanas tristes.
Pero cada uno de estos espacios que recuperamos para la normalidad nos anima a seguir trabajando. Porque ahora también estamos en las vísperas, en las vísperas de la ansiada y nunca bien ponderada normalidad. Esa que hace que los muebles ocupen el lugar exacto para permitirnos caminar a oscuras en nuestro living. La que nos permite recuperar nuestros hábitos de sueño y de comida.

La rutina que hace que nuestro día a día sea previsible y nuestro hogar, por humilde que sea, reconocible. La misma rutina con la cual muchas veces nos peleamos pero que hoy reconocemos como necesaria. Aunque sea para juntar ganas de hacer una nueva fiesta. Y ver a esos amigos y familiares que hace meses o años que no vemos. Y planear el menú, y decidir si cocinamos nosotros o contratamos un servicio. Y temer estúpidamente por la nieve, que en Buenos Aires sólo se ha presentado en 3 ocasiones desde 1912.
Natalia Peroni