¿Cómo se puede sobrevivir a la adversidad? ¿Qué hace
que una persona pueda salir airosa de una situación dolorosa o trágica? ¿Cómo
se puede seguir adelante más allá de las penas y las desilusiones con que nos
enfrentamos inevitablemente por el solo hecho de estar vivos? ¿Cómo nos
levantamos en esos días en que todo parece pesado y lento?
“El Universo nos apoya totalmente en todo lo que
decidimos pensar y creer.” Esta frase se apoya en la teoría de la autora
norteamericana Louise Hay, que propone en el libro Usted puede sanar su vida. Ella dice que “nuestra mente
subconsciente acepta cualquier cosa que decidamos creer.” Es decir, lo que uno
cree de sí mismo, no importa si es verdad o no, o si tiene correlato con la
realidad, uno lo cree a rajatabla.
“Lo que usted
decide pensar de usted mismo y de la vida llega a ser verdad para usted”,
sostiene la autora.
Seguramente todos conocemos personas muy inteligentes
que no creen serlo y actúan en forma consecuente con aquello que piensan sobre sí mismas y no con lo que
son en realidad.
Este es un concepto muy claro y potente que nos acerca
una manera de entender algunas cosas y también una posibilidad de cambio. Ahora
bien, ¿es esto suficiente?
Hace unos días, la “Revista La Nación” del domingo
publicó la maravillosa biografía de Tim Guènard, un hombre de cincuenta y
tantos años, de nacionalidad francesa, que vivió una experiencia de vida
absolutamente desgarradora por los horrores que la fueron signando desde que
era muy pequeño.
Les cuento tres hitos impactantes en su vida y luego
sabremos cómo logró superarlos. Cuando Tim Guènard tenía 3 años, su madre lo
abandonó, lo ató a un poste y lo dejó en la calle; luego su padre y su madrastra
lo hicieron dormir con el perro fuera de la casa y un día su padre lo golpeó
tanto que le rompió 55 huesos del cuerpo. Durante tres años estuvo en un
hospital recuperándose de esa paliza sin que nadie lo fuera a visitar.
Él dice: “Costó. Viví tres años
en la calle. Yo creía que mi condición era normal, pero gracias a un buen
policía descubrí que no lo era. Aunque me devolvió a la cárcel, me trató como a
un ser humano. Yo no quería vivir, pero todas las veces que pensé en quitarme
la vida me venía a la mente la mirada de aquel policía. Doy fe de que una
mirada amable puede cambiarte el destino. Es muy importante que te miren cuando
tú no sabes ni mirarte a ti mismo.”
Aquí
aparece entonces la cuestión de la mirada bondadosa de alguien que es capaz de
ver en el otro lo que esa persona ignora de sí misma, por mil razones posibles
y diferentes.
Que
alguien nos mire…
Tim Guénard habla también de una jueza de ojos
verdes y cuenta lo siguiente: “Ella pudo ver dentro de mí. Siempre le voy a
estar agradecido. Me preguntó qué quería hacer de mi vida. No supe qué
responderle. Me miró fijo, como una madre mira a su hijo, y después de ver mi
legajo comenzó a hablar de mi don para el arte. Fue la primera vez que alguien
reconoció algo bueno en mí.”
Entonces,
cuando alguien nos mira, nos está expresando que se da cuenta, en primer lugar,
de que existimos. Es muy probable también que esa mirada nos ayude a confirmar que podemos dar algo bueno, que valemos y
somos merecedores de amor.
Pensémoslo
al revés: cuando nos detenemos cinco minutos a conversar con el señor que viene
a hacer alguna reparación a nuestra casa, o cuando dialogamos con alguien que
trabaja para nosotros, o cuando escuchamos al taxista que nos lleva y nos
interesamos en su vida, los estamos mirando; estamos creando un espacio vital
en nuestro trajín cotidiano para encontrarnos con el otro.
Pero
¿cómo hacer cuando nos sentimos solos, cuando nos angustia el desamparo y no
tenemos a nadie que se percate de nuestra existencia?” “A mí nadie me ve”,
podrían decir algunos de ustedes con razón y verdad.
Queridos
oyentes, nuestra propuesta, en esta oportunidad, es la siguiente: si nadie los
ve, si nadie los escucha ni sabe que existen… ¡busquen ustedes esa mirada! ¡Háganse
ver! No esperen a que alguien los encuentre porque eso tal vez lleve mucho
tiempo en esta vorágine a la que el mundo nos tiene acostumbrados.
Intenten
ir ustedes al encuentro de los demás. ¿Cómo? Permítannos introducir aquí un
poco de humor. ¿Conocen la muletilla que se utiliza cuando uno no sabe qué
hacer en una determinada situación y se pregunta: “¿De qué me disfrazo?”
Pues
bien: si es necesario, ¡disfrácense!
Pónganse
un sombrero, píntense de otro color los ojos, vístanse con un chaleco un poco
absurdo, caminen de forma diferente. Sobre todo cuando estén tristes o
ensimismados o no sepan cómo seguir, busquen esa mirada, porque siempre hay alguien
capaz de devolvernos la fe.
Siempre
hay alguna persona dispuesta a tendernos una mano: puede ser el barrendero, el
kiosquero, la manicura, la verdulera, nuestro jefe o cualquier persona en una esquina.
Siempre hay alguien allá afuera, en algún lado y por qué no en muchos lados,
que dignifica la condición humana y está dispuesta a creer en nosotros.
Y,
después de recomendarles calurosamente que lean la biografía de Tim Guènard,
nos despedimos dejándoles un fragmento de una carta del maravilloso poeta galés
Dylan Thomas, que dice así:
“Qué cosa tan rara fue descubrirte en medio del azul
de una ciudad tiznada de hollín, al final de una semana sin gracia, en que todo
había salido mal, sólo para que después todo fuera extravagantemente bueno. De
pronto vi a un ser humano, un verdadero ser humano sin afectación después de meses
y años de encontrar solamente a hombres de paja, muchachos de esponja y
vanidad, bolsas caminantes llenas de vinagre sólido y orgullo… enseguida me
sentí tan cómodo contigo que todavía no puedo creerlo.”Vicky Detry